lunes, 29 de marzo de 2010

NECESIDAD DE CREER

El ser humano tiene una enorme necesidad de creer. Necesidad que se explica cuando nos convertimos a una religión, a un partido, grupo deportivo o secta.

Todo esto nos viene condicionado ya desde nuestra tierna infancia: de niños nos educan (inculcan) en la realidad de nuestro entorno; una cultura, unas creencias, unas costumbres. Esta información formará parte de la realidad y quedará instalada en nuestro cerebro toda la vida.


En otras palabras podríamos decir que los actos que realizamos son más emocionales que intelectuales. Generalmente dejamos que nos dominen las pasiones, las emociones y los impulsos inmediatos antes que el pensamiento.
Si pensáramos cada uno de nuestros actos antes de lanzarnos de cabeza a tal o cual situación, posiblemente haríamos ni la mitad de lo que hacemos diariamente.
Nuestros actos son simples respuestas emocionales, aunque nuestras motivaciones pueden ofrecer un cariz más complicado.
En cierta forma, cuando el ser humano se encuentra ante un problema que cree de difícil solución, se entrega, se deja llevar, delega sus propias responsabilidades en terceras personas o en el laberinto de circunstancias.
Pero a la vez que el hombre, es y ha sido capaz de sobrevivir a todo tipo de penalidades, catástrofes y guerras, no deja de ser un ente demasiado débil, demasiado frágil y, lo que es peor, destructivo y autodestructivo.
Nuestra moral se mina con facilidad, nuestro animo se irrita ante cualquier contratiempo. En nuestros momentos más bajos somos punibles a cualquier revés. Nos deprimimos, nos angustiamos, somos incapaces de mantener la serenidad y la cordura. Nos dejamos convencer por halagos y por las voces de apoyo, aunque sean falsas e impostadas, incluso cuando somos conscientes de que nos están engañando.
Somos maestros del engaño y el autoengaño. Nos dejamos arrastrar por pasiones y por las tentaciones. No sabemos decir que no a muchas de las situaciones inconvenientes o molestas que nos comprometen y someten innecesariamente.
Dejamos que sean otros los que se encarguen de nuestra vida intelectual y moral. Delegamos las materias del espíritu a fuerzas superiores que desconocemos.
Nos sometemos voluntariamente a todo tipo de vejaciones, burlas y consignas para no quedar mal con la familia, el grupo, el trabajo o la sociedad en general.
Esperamos que sean guías, maestros (físicos, espirituales), clérigos, gobernantes, políticos, etc., quienes solucionen nuestros problemas mediáticos, inmediatos y a largo plazo.
Criticamos, pero no analizamos ni intentamos, en ningún momento hacer frente a nuestras responsabilidades físicas, intelectuales, religiosas, morales, económicas y sociales.
No contentos con ser uno más..., y cuando intentamos destacar lo hacemos compitiendo con el resto, dando codazos, traicionando confianzas, vendiendo dignidades y destruyendo el esfuerzo el esfuerzo ajeno.
Estamos tan inmersos en nuestros condicionamientos, que somos incapaces de entender la vida de otra manera.
Cualquier distinción sexual, religiosa o física, aunque sea estúpida y falsa, es suficiente para que nos creamos superiores, elegidos o indispensables ante el resto de la humanidad, al mismo momento que creemos que podemos prescindir o destruir al resto de los seres humanos.
Nuestros conceptos suelen ser esteoritipados, erróneos, confusos, tendenciosos, parcialistas, supersticiosos, prejuiciosos, heredados, poco rigurosos y hasta falsos, pero eso no nos impide ser deterministas, obcecados, tozudos, intransigentes e intolerantes con respecto a ellos, y a menudo somos capaces de defenderlos hasta la muerte. (R. Wall Newhouse) 

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