lunes, 15 de febrero de 2010

ACERCA DEL HOMBRE PRIMITIVO

Los primeros hombres cuando trataban de explicar la naturaleza, sus fenómenos, el mundo, no podían; porque lo que permite, en efecto, explicar el mundo y los fenómenos que nos rodean son las ciencias; ahora bien, son muy recientes los descubrimientos que han permitido el progreso de las ciencias.
La ignorancia de los primeros hombres era, pues, un obstáculo en sus investigaciones. Por eso, en el transcurso de la historia, a causa de esta ignorancia, vemos aparecer las religiones, que también quieren explicar el mundo. Lo explican mediante las fuerzas sobrenaturales. Pero ésta es una explicación anticientífica. Poco a poco, en el transcurso de los siglos, se desarrollará la ciencia. Los hombres tratarán de explicar el mundo por los hechos materiales, partiendo de experiencias científicas.....

Mientras el hombre paleolítico se caracteriza por su miedo ante las fuerzas naturales, sin ver detrás de ellas a ningún poder dotado de inteligencia ni vida, el del neolítico, por depender del tiempo favorable, de la lluvia y el sol, de la buena o mala cosecha, empieza a pensar que existen espíritus maléficos y benéficos que dan a la tierra y a los hombres maldiciones y bendiciones. A los espíritus malos se les ahuyenta por medio de prácticas mágicas que sirven también para conseguir la bendición de los buenos espíritus. Así surge la idea de que existen dos mundos: uno, el de los hombres, el que se ve y se palpa; otro; el de los espíritus, de los poderes sobrehumanos. Para estar bien con ellos, comienza en la vida religiosa la practica del culto a los muertos y a los espíritus simbolizados en ídolos y amuletos. Es el estadio religioso llamado animismo.
Al dirigir el pensamiento a la vida del más allá, el hombre tiende a hacer progresar su facultad de pensar e inaugura el comienzo del pensamiento abstracto, es decir, de aquel pensamiento que no se limita sólo a pensar y reproducir la cosa tal como las ve en la naturaleza, sino que establece una relación conceptual entre el mundo superior y el mundo natural.

Los hombres primitivos estaban siempre dispuestos a creer que era algún ser sobrenatural quien hacía germinar las semillas y que la tierra diera sus frutos, y el trabajo que los gobernantes de la ciudad consistía en elaborar los ritos mágicos adecuados para convencer a los dioses de que se comportasen bien. Procuraban, además, que tales ritos se realizaran de forma adecuada y exacta. Así, la gente del común creería firmemente que la prosperidad de la ciudad y la vida del pueblo dependían de la sabiduría y la rectitud de las personas a cuyo cargo estaban los ritos. Así, por ejemplo, en el valle del Nilo se dotó de una clase sacerdotal que conservaría gran poder durante miles de años.

Las primeras zonas del mundo en las que se inician las primeras culturas organizadas están en las proximidades de algún río importante. Estas zonas eran las más propicias para el nacimiento de la agricultura y de la domesticación de animales, actividades que exigían el asentamiento de los hombres y un principio de organización para atender a las necesidades de la producción de alimentos y, después, a la producción industrial. Son tres las zonas en las que se inicia este tipo de cultura superior; el delta del Nilo, que va a dar lugar a la formación del Imperio Egipcio; las zonas bañadas por el Eufrates y el Tigris, que ocasionará los diferentes imperios mesopotámicos y, en fin, la cuenca del Indo, que hacía el año 3400 va a plasmar en una civilización urbana, con florecientes ciudades.

La antigua religión de los egipcios se originó probablemente en los viejos tiempos de caza, cuando la vida dependía de la suerte de encontrar un animal y matarlo. De ahí que se diese la tendencia a adorar a una especie de dios animal, con la esperanza de que, al propiciarse a este dios, habría gran abundancia de los animales que el dios controlaba. Si los animales eran peligrosos, la adoración de un dios, en parte bajo la forma del animal en cuestión, evitaría que sus bestias hiciesen demasiado daño. Esta parece ser la razón por la que los dioses egipcios, aún en tiempos posteriores, llevaban cabezas de halcón, chacal, ibis e incluso hipopótamos.
Sin embargo, cuando la agricultura se convirtió en la forma principal de vida, se injertaron nuevos dioses y nuevas creencias religiosas en las antiguas. Existía el culto natural al sol, que en el soleado Egipto era una poderosa fuerza y, evidentemente, el dador de luz y calor. Asimismo, debido a las crecidas del Nilo (inundaciones y depósito del limo) sobrevivían siempre en el momento en el que el sol alcanzaba cierta posición entre las demás estrellas, se acabó por atribuir al sol el control sobre todo el ciclo vital del río, y se le consideró el dador de toda vida. Bajo diversos nombres, los egipcios adoraron al sol durante milenios. El nombre más conocido del dios sol era Re o Ra.

En este contexto, que se practicaba los cultos naturalistas y adoraban a la esfera solar como deidad, comenzaron a desarrollar el concepto divino bajo formas antropomorfas, es decir, representación divina de la divinidad con figuras y cualidades humanas. Observaremos que todas las culturas de la Antigüedad pasaron a identificar a su dios principal, o a algunos de los más importantes de su panteón, como el dios Sol.
Caldeos, egipcios, cananeos, persas, sirios, griegos, romanos, hindúes y la práctica totalidad de los pueblos desarrollados, entre los que cabe incluir los imperios orientales y las civilizaciones precolombinas, han celebrado fiestas en honor al dios Sol.

Primer intento de religión universal.

Los egipcios dueños prácticamente de casi todo el mundo civilizado, intentaron consagrar esta dominación por medio del establecimiento de una religión universal.
Su faraón Amanofis IV (1372-1354 a.C.) estaba personalmente preparado para intentar esta política universalista ya que era semita por su madre, ario por su abuela y estaba casado con la princesa de Mitanni. Las condiciones económicas y sociales pedían y hacían posible esa política. A Egipto le interesaba mantener a Mitanni, Babilonia y Asiria para su propio progreso y enriquecimiento. Lo importante ahora era unificar a esos Estados. Esta es la razón profunda por el que Amenofis IV (más tarde denominado Ikhnaton) realiza la unificación religiosa. Sustituye el culto de Amon-Ra por el de Atón, que es también un dios solar, pero que es un dios único y universal. frente al politeismo existente en el Antiguo Egipto. Él mismo se reservó la posición de intercesor divino entre la humanidad y Atón, fuente única de toda la vida. Después de su muerte, su sucesor Tutankamón, lo invalidaría inmediatamente.
Se cree que Moisés fue seguidor o discípulo de Ikhnaton.

Darío I (521-486 a.C.) rey del imperio persa, el más extenso de los conocidos hasta entonces, sus dominios le llevaron desde el Mediterráneo hasta el río Indo, fundamentó su reinado en la “voluntad de los dioses”. Utilizando una hábil e inteligente política, se hizo investir en Egipto por los dioses Amón-Ra, en Persia por Ormuz y en Babilonia por Marduk, es decir, en cada país se hacía representante de su respectivo dios y mantenía su propia religión. A la vez, implantó templos persas en toda Asia Menor y extendió las ideas de la religión mazdeista y de la predicación moral de Zoroastro. Estas ideas eran, en resumen, la creencia en la otra vida, una religión de comunión con Dios a través de la celebración de misterios religiosos y una moral de justicia para conseguir la existencia en el más allá.

Durante la época de conquista y expansión del Imperio romano, todas las religiones orientales habían sufrido la destrucción y la anarquía producto de esa expansión. El desánimo y el pesimismo que esta invasión había producido hizo volver los ojos de los orientales hacía las religiones de misterios. Las clases medias y bajas de la sociedad, que son las que más sufrieron con el nuevo estado de cosas, dirigieron su espíritu hacía las diversas divinidades salvadoras: Mitra, Serapis, Attis y Adonis, que por medio de ritos mistéricos (es decir, ceremonias en las que la divinidad salvadora se pone en contacto con el hombre) aportaban al hombre creyente una salvación de tipo espiritual. Los judíos, ante el desastre nacional, habían buscado también la salvación por medio de la purificación interna, la vida retirada y la ascesis. A esta tendencia pertenecía la secta judía de los esenios. Aunque algunas de sus doctrinas eran derivadas del parsismo o el neoplatonismo.

En los últimos siglos antes de Cristo y en los primeros de la era cristiana Roma era la capital de un enorme y variado imperio, que comprendía todo tipo de razas, religiones y etnias. Habían conquistado parte de Europa y Oriente Medio. Los celtas de Gran Bretaña, Francia y Alemania se habían convertido en parte del Imperio romano, al igual que las regiones orientales de Siria y Asia Menor, que durante mucho tiempo habían disfrutado de una cultura completamente diferente. En el sur, los pueblos fenicios del norte de África habían sido sometidos después de las Guerras Púnicas, y hasta Egipto, con la más antigua civilización conocida, cayó bajo el dominio de Roma en 31 a.C. El más influyente de los pueblos sometidos fue el griego, pueblo al que los romanos habían estado muy unidos durante más de cuatrocientos años y al cual habían absorbido finalmente en el 146 a.C. Los griegos eran mucho más avanzados y originales que los romanos, a los que habían proporcionado desde muy antiguo muchos mitos e ideas sobre sus propios dioses, de modo que es difícil hablar de religión “romana” como algo aislado. La religión romana es esencialmente el resultado de la fusión de elementos primitivos latinos y griegos.

La conquista romana disgregó en todos los países sometidos, primero, directamente, la estructura política anterior y después, indirectamente, las antiguas condiciones de vida social. Al destruir las particularidades políticas y sociales de los pueblos, el imperio romano había también contribuido a la destrucción de sus religiones particulares. Todas las religiones de la antigüedad han sido religiones naturales de tribus y más tarde de naciones, nacidas de la situación social y política de cada pueblo y estrechamente ligada a él. Una vez destruidas las bases, una vez destruidas las formas sociales y la organización política tradicionales así como la independencia nacional, se comprende fácilmente que la religión que se funda en estas instituciones se hundiría también. Los dioses nacionales pueden tolerar a su lado otros dioses nacionales y ésta fue la norma en la antigüedad, pero no otros dioses por encima de ellos. Cuando los cultos del oriente fueron transplantados a Roma, ello perjudicó a la religión romana pero no pudo retardar la decadencia de las religiones orientales. Desde el momento en que los dioses nacionales no pueden ser ya los patronos tutelares de la independencia y de la soberanía de su nación, se hacen superfluos. Es esto lo que ocurrió en todas partes (con excepción de los campesinos, en particular en las montañas).
Tal era la situación material y moral. El presente, insoportable, el porvenir, más amenazador todavía, si ello era posible. No había salida. Desesperarse o refugiarse en los goces más vulgares –en aquellos que podían permitírselo al menos, lo que era una minoría- y si no, no quedaba otro recurso que la sumisión cobarde a lo inevitable.
Ahora bien, en todas las clases había un cierto número de gentes que, desesperando de una liberación material, buscaban en compensación una liberación espiritual, un consuelo en el plano de la consciencia que pudiera preservarles de la desesperación total.
No es necesario resaltar que la mayoría de los que aspiraban a este consuelo a nivel de la consciencia, e esta evasión del mundo exterior hacia el mundo interior se reclutaban necesariamente... entre los esclavos.
Es en esta situación de disgregación universal, económica, política, intelectual y moral, que el cristianismo hizo su aparición, oponiéndose radicalmente a todas las religiones anteriores.
En todas las religiones anteriores las ceremonias eran lo esencial; para manifestar la pertenencia a una religión había que participar en los sacrificios y en las procesiones y, en Oriente, además, observando las prescripciones más detalladas referentes al régimen alimenticio y la pureza. Mientras que Roma y Grecia eran tolerantes en ese aspecto, reinaba en Oriente un verdadero frenesí de prohibiciones religiosas que contribuyó en no pequeña medida a su declive final. Gentes pertenecientes a dos religiones diferentes (egipcios, persas, caldeos, etc.) no podían comer ni beber juntos ni realizar en común ningún acto cotidiano e incluso apenas si podían hablarse.
Esta segregación de los hombres es una de las grandes causas de la desaparición del antiguo mundo oriental. El cristianismo ignoraba las ceremonias que ocasionaban tal segregación, como ignoraba también los sacrificios y los cortejos del mundo clásico. Rechazando así todas las religiones nacionales y el ceremonial que les era común y dirigiéndose a todos los pueblos sin distinción, se convirtió así en la primera religión universal posible.
El judaísmo también, con su nuevo Dios universal, había dado un paso adelante hacia la religión universal pero los hijos de Israel constituían siempre una aristocracia entre los creyentes y los circuncisos y era preciso, por lo tanto, que el cristianismo mismo se desembarazase de la idea de la superioridad de los cristianos de origen judío (que domina todavía en el Apocalipsis de san Juan) antes de poder convertirse en una religión universal.
Por su parte, el islamismo, conservando su ceremonial específicamente oriental se autolimitó su área de extensión al Oriente y al África del norte conquistando y repoblado por los beduinos árabes. Allí pudo convertirse en la religión dominante pero en Occidente no tuvo éxito.

PRIMERAS MANIFESTACIONES RELIGIOSAS

Desde los tiempos remotísimos, en que el hombre, sumido todavía en la mayor ignorancia acerca de la estructura de su organismo y excitado por las imágenes de los sueños, dio en creer que sus pensamientos y sus sensaciones no eran funciones de su cuerpo, sino de un alma especial, que moraba es ese cuerpo y lo abandonaba al morir; desde aquellos tiempos, el hombre tuvo forzosamente que reflexionar acerca de las relaciones de esta alma con el mundo exterior. Si el alma se separaba del cuerpo al morir éste y sobrevivía, no había razón para asignarle a ella una muerte propia; así surgió la idea de la inmortalidad del alma, idea que en aquella fase de desarrollo no se concebía, ni mucho menos, como consuelo, sino como una fatalidad ineluctable, y no pocas veces, cual entre los griegos, como un infortunio verdadero. No fue la necesidad religiosa de consuelo, sino la perplejidad, basada en una ignorancia generalizada, de no saber qué hacer con el alma –cuya existencia se había admitido- después de morir el cuerpo, lo que condujo, con carácter general, a la aburrida fábula de la inmortalidad personal. Por caminos muy semejantes, mediante la personificación de los poderes naturales, surgieron también los primeros dioses, que luego, al irse desarrollando la religión, fueron tomando un aspecto cada vez más ultramundano, hasta que, por último, por un proceso natural de abstracción, casi diríamos de destilación, que se produce en el transcurso del proceso espiritual, de los muchos dioses, más o menos limitados y que se limitaban mutuamente los unos a los otros, brotó en las cabezas de los hombres la idea de un Dios único y exclusivo, propio de las religiones monoteístas.
El problema de la relación entre el pensar y el ser, entre espíritu y la naturaleza, problema supremo de toda filosofía, tiene, pues, sus raíces, al igual que toda religión, en las ideas limitadas e ignorantes del estado de salvajismo. Pero no pudo plantearse con toda nitidez, ni pudo adquirir su plena significación hasta que la humanidad europea despertó del prolongado letargo de la Edad Media.

El hombre primitivo, el salvaje, poco diferente del gorila, compartió sin duda largo tiempo todas las sensaciones y representaciones instintivas del gorila; no fue sino a largo plazo como comenzó a hacerlas objeto de sus reflexiones, primero necesariamente infantiles, a darles un nombre y por eso mismo a fijarlas en su espíritu naciente. Fue así como tomó el sentimiento religioso que tenía en común con los animales de otras especies, como se transformó en una representación permanente y en el comienzo de una idea, la de la existencia oculta de un ser supremo y mucho más poderoso que él y generalmente muy cruel muy malhechor, del ser que le ha causado miedo, en una palabra, su Dios.
Tal fue el primer Dios, de tal modo rudimentario, en verdad, que el salvaje que lo busca por todas partes para conjurarlo, cree encontrarlo a veces en un trozo de madera, en un trapo, en un hueso o en una piedra: esa fue la época del fetichismo de que encontramos aún vestigios en el catolicismo Fueron precisos aún siglos, sin duda, para que el hombre salvaje pasase del culto de los fetiches inanimados al de los fetiches vivos, al de los brujos. Llega a él por una larga serie de experiencias y por el procedimiento de la eliminación: no encontrando la potencia temible que quería conjurar en los fetiches, la busca en el hombre-Dios, el brujo. Más tarde y siempre por ese mismo procedimiento de eliminación y haciendo abstracción del brujo, de quien por fin la experiencia le demostró la impotencia, el salvaje adoró sucesivamente todos los fenómenos más grandiosos y terribles de la naturaleza: la tempestad, el viento, y continuando así, de eliminación en eliminación, ascendió finalmente al culto del Sol y de los planetas. Parece que el honor de haber creado ese culto pertenece a los pueblos paganos.

Eso ya era un gran progreso. Cuanto más se alejaba del hombre la divinidad, es decir, la potencia que causa miedo, más respetable y grandiosa parecía. No había que dar más que un solo gran paso para el establecimiento definitivo del mundo religioso, y ese fue el de la adoración de una divinidad invisible.
Hasta ese salto mortale de la adoración de lo visible a la adoración de lo invisible, los animales de otras especies habían podido acompañar a su hermano menor, el hombre, en todas sus experiencias teológicas. Porque ellos también adoran a su manera los fenómenos de la naturaleza. No sabemos lo que pueden experimentar hacia otros planetas; pero estamos seguros de que la Luna y sobre todo el Sol ejercen sobre ellos una influencia muy sensible. Pero la divinidad invisible no pudo ser inventada más que por el hombre.
Pero el hombre mismo, ¿por qué procedimientos ha podido descubrir ese ser invisible, del que ninguno de sus sentidos, ni su vista, han podido ayudarle a comprobar la existencia real, y por medio de qué artificio ha podido reconocer su naturaleza y sus cualidades? ¿Cuál es, en fin, ese supuesto ser absoluto y que el hombre ha creído encontrar por encima y fuera de todas las cosas?

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